“Los niños y jóvenes claman desesperadamente unas veces en silencio, otras veces con alocados y extravagantes comportamientos, por aceptación y amor incondicional.” – Doris Martínez
En las últimas semanas he tenido la oportunidad de tener en mis brazos un par de bebés, a las que he intentado calmar mientras lloran pidiendo que les cambien el pañal, dormir o comer.
Las he observado de cerca, tiernas, frágiles, perfectas a mis ojos cuando observo sus manos, sus uñas, su escaso cabello, su sonrisa.
Esto me ha llevado a reflexionar sobre la manera en que los seres humanos llegamos al mundo, inocentes, confiados, seguros, perfectos.
Salir de ese sitio cálido y húmedo que es el útero materno, en el que recibimos todo sin tener que pedirlo, no debe ser tarea fácil.
Debe ser, pienso yo, uno de los motivos por que nacemos llorando.
Posteriormente poco a poco y lentamente los bebés van intentando descubrir el mundo a su manera, saboreando y tocando todo lo que pueden.
Sabios en su naturaleza interior se vuelven tercos en la repetición de actividades para aprender a comunicarse, a moverse, a relacionarse.
Se convierten en seres atrevidos, espontáneos, risueños, juguetones.
Hasta que llega ese momento en que sus seres cercanos, inician el proceso de domesticación y sin darnos cuenta, ni tener claro cómo ni cuándo.
Vamos llenando sus mentes, que son como unas gigantes esponjas absorbentes, de nuestro amor, que lastimosamente muchas veces es condicionado.
También los guiamos muchas veces llenándoles de nuestras limitaciones y creencias.
Se convierten en palabras y frases permanentes, entre otras:
- No.
- Así no.
- No debes.
- No puedes.
- Cuidado te caes.
- Cuidado te golpeas.
En la medida que aprenden a hacer travesuras, a lo que a ojos de quienes los acompañan, también empiezan a recibir sus primeros golpes disciplinarios (palmaditas, para dulcificar el tema).
También empezamos a subir el tono de la voz, para que comprendan que en muchas oportunidades lo que hacen o cómo se comportan nos genera enojo, malestar y agotamiento.
Iniciando un proceso inconsciente, sin deseos de dañar, solo con la intención de guiar y proteger.
De alejamiento, dado que es imposible leer la mente del niño y lo que va acumulando en su ser.
Es así como a manera de ensayo y error, los niños también aprenden a ocultar y callar.
En muchas oportunidades, a alejarse lentamente de las personas que más les aman, pero que les hacen sentir dolor.
Estas que pasan el día, sin percatarse enseñándoles el sufrimiento.
Aprendiendo en muchas oportunidades, la mayoría de las veces a través del castigo.
Este método de crianza que la mayoría hemos vivido y que sigue siendo vigente en la actualidad.
Nos ha llevado hoy como sociedad a muchas de las más disparatadas situaciones que se observan, se escuchan y se leen.
Estas notas son un llamado a la reflexión para lograr el cambio.
Soy una convencida que si somos seres capaces de pensar en lo que pensamos, podemos si queremos, cambiar nuestro pensamiento, como también nuestro comportamiento.
Como consecuencia cambiar lo que sucede en la actualidad con la niñez y la juventud.
Necesitamos que sepan, que sientan, que los amamos de manera incondicional.
Necesitamos recuperar su confianza en nosotros.
Necesitamos cambiar como individuos, para lograr transformar profundamente la sociedad.
Necesitamos buscar métodos, mecanismos, para que se sientan realmente amados y aceptados, aunque en oportunidades no comprendamos porque piensan y sienten de la manera que lo hacen.
Necesitamos decirles a los niños y jóvenes, que sí se puede lograr lo que desean lograr, si lo tienen claro.
Necesitamos decirles que la tristeza, la depresión, la ansiedad, se pueden superar.
Necesitamos rescatar los valores, la alegría, el entusiasmo, la certeza de un mundo mejor.
Fiel a mi propósito de compartir sabiduría te comparto el siguiente cuento para analizar:
El niño que pudo hacerlo.
El niño que pudo hacerlo, es un cuento corto que encierra una estupenda enseñanza para los niños.
Con él podemos transmitir a los niños una gran lección: que luchen por conseguir sus propias metas y objetivos, y no escuchen a aquellos que les dicen que no podrán lograrlo.
Un cuento sobre la motivación, sobre lo importante que es creerse en uno mismo.
Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que consiguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo. A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos. Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.
– Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo? – comentaban entre ellos.
Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.
– Yo sí sé cómo lo hizo – dijo.
– ¿Cómo? – respondieron sorprendidos.
– No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
Autor: adaptación realizada por Eloy Moreno de un cuento popular