Calladita te ves más bonita. – Autor desconocido.
Te cuento que hago parte de una sociedad, en la que desde muy niños nos enseñan y nos obligan a callar, como si fuera un mandato divino.
Nunca entendí porque si hacía una travesura, me daban alguno de mis progenitores un chancletazo, cómo método de disciplinarme, y cuándo empezaba a llorar, me decían ¡cállate!
Luego en el colegio, mientras hacíamos alguna algarabía y mucho desorden, al entrar al salón de clases, la profe entraba y decía ¡silencio! (cállense).
En la universidad, mientras estábamos solos en clase, hablábamos unos con otros, pero en cuanto ingresaba el docente, su sola figura era señal de ¡cállate!
Aún hoy en el ambiente laboral, si se dice un comentario que incomode a algún compañero (a), unos a otros nos decimos: calladita te ves más bonita (cállate).
Es una manera breve de describir, cómo se normalizó y permanece en mi vida, callar lo que pensaba, o lo que sentía, la mayoría de las veces.
Te pregunto, ¿te ha pasado algo similar?
He leído a menudo, que el ser humano tiene 2 orejas para escuchar y 1 sola boca para hablar, pero qué hablamos mucho y escuchamos poco.
Me preguntó a menudo a mí misma, ¿no nos gusta escuchar?, será por eso que a menudo le decimos al otro, con gestos, frases o palabras: ¡cállate!.
Aprendiendo de esta manera, a callar para ocultar nuestras verdades más íntimas, porque sabemos que si las contamos, los demás.
Llámese los demás, padres, profesores, amistades, familiares, amores, etc., no solo se escandalizarían, sino que también nos juzgarían y criticarían.
Hoy te cuento, que sigue sucediendo, y yo sigo sin entender a los progenitores, que luego de ocasionar el llanto a sus hijos, les dicen ¡cállate!
Esta confusión mental que se genera en la niñez, pero que por ser una orden directa de los progenitores o personas mayores, nos permite almacenar en el inconsciente, la instrucción clara y precisa: ¡cállate!
Generando que en la etapa de la adolescencia, los jóvenes jamás les cuenten a sus padres lo que sea que les suceda o piensen, sobre todo lo que consideran, que no será aceptado o aprobado por ellos.
Tanto es así, que los padres no saben la mayoría de las cosas de sus hijos, se enteran por terceros. Es una triste realidad, desde hace mucho tiempo.
Así nos convertimos en adultos, acumulando en nuestro interior sueños, miedos, deseos, pensamientos, incapaces de compartirlos o hablarlos.
Te cuento que también sucede en las relaciones de parejas, conozco muchos casos, de mujeres golpeadas o maltratadas, que cuándo lloran, su pareja les dice ¡cállate!
Acompañado además de amenazas, respecto a que si hablan o lo cuentan, la situación va a empeorar.
También hay personas, que cuando quieres contarles algo te dicen, “es que hablas mucho”, “abrevia lo que vas a decir”, “no me distraigas, estoy viendo las noticias”, en palabras breves: ¡cállate!
Otras, hasta te preguntan: “¿Es muy urgente lo que tienes que decir?”. Parece chistoso, pero no lo es.
Observo y admito que hasta en ocasiones lo hago yo, una persona me habla, y yo miro el celular, y luego no recordamos de qué tema estábamos hablando. ¿Te ha pasado a ti?
¡Cállate!, ha hecho y aún hoy hace parte permanente de mi vida, y de la vida de muchas personas que conozco.
Lo irónico de las situaciones que esto genera, es que nos quejamos, de no enterarnos de nada de lo que al otro le sucede.
¡Cállate!, se ha convertido en un problema familiar y social, en el que sabemos de todo, pero no sabemos nada, ni siquiera de las personas más amadas.
Si he despertado una duda en ti, te invito a verificarlo.
Haz sin preguntarlo a ellos, de las personas más cercanas a ti, hijos, padres, hermanos, amores, amigos(as) una lista que incluya, entre otras:
- Color y canción, favoritos.
- Comida favorita, o lo que nunca comería.
- El miedo o temor mayor, eso que le causa terror. El más grande sueño.
- Actividad favorita, o la que nunca quisiera tener que realizar.
- Qué es lo que más risa o tristeza le ocasiona.
Si no tienes todas las respuestas de manera clara y precisa, te invito a que cambiemos esta situación, buscando la mejor manera de comunicarnos.
Yo particularmente, he encontrado en la escritura una manera de comunicar e intentar decir lo que pienso o siento, no obstante que en mi mente y en muchas relaciones aún sigue intacto, el mandato: cállate.
Te comparto este cuento, que me hizo reflexionar sobre el tema:
El poder secreto que lo cura todo
Había una vez una princesa que vivía en su palacio, de donde no salía nunca. La princesa no quería ver a nadie porque decía que todo el mundo era muy desagradable. Pero la verdad es que nadie quería ver a la princesa porque era muy arisca.
Cuando la princesa alcanzó edad casadera sus padres decidieron buscarle un príncipe para que se casara. Pero ningún príncipe quería saber nada de la princesa, pues se había ganado la fama de ser muy antipática.
El tiempo pasaba sin que ningún príncipe pidiera a los reyes la mano de la princesa. Era necesario hacer algo, así que los reyes decidieron dejar que los nobles cortejaran a la princesa. Pero ningún conde, duque o marqués quería como esposa a una chica con tan poca gracia y alegría.
Un día llegó al palacio un mago, feo como él solo, que aseguraba tener la cura para la hostilidad de la princesa. -Traigo la cura que necesita la princesa -dijo el mago.
-Si conseguís que la princesa deje de ser tan áspera y gruñona te daremos lo que pidas -dijo el rey.
El mago llamó a la puerta de los aposentos de la princesa. Ella abrió y, al ver a aquel tipo tan feo, dio un salto hacia atrás.
-¡Vete! -gritó la princesa-. No sé qué quieres, pero me da lo mismo. Eres tan feo que hasta un ornitorrinco parece hermoso a tu lado.
-A pesar de que tu comparación con ese mamífero con boca de pato es un poco desagradable voy a darte lo que traigo para ti -dijo el mago.
-¿Me traes un regalo? -preguntó la princesa. -Sí, traigo algo que solucionará tus problemas -dijo el mago.
-Si es por el casamiento, olvídalo -dijo la princesa-. No tengo ningún interés. Estoy harta de que todo el mundo elija por mí. A las chicas nos importan muchas otras cosas, ¿sabes?
-¿Qué te interesa a ti? -preguntó el mago. La princesa, por primera vez en su vida, sintió que había alguien que tenía interés en escucharla, así que le contó al mago todos sus sueños, todos sus anhelos y todas sus penas.
-Si de verdad quieres todo eso, cierra los ojos -dijo el mago-. Te echaré un conjuro. Podrás abrir los ojos cuando haga efecto.
Sin preguntar nada, la princesa cerró los ojos. Entonces, el mago le dio un abrazo. Pero no un abrazo cualquiera, sino uno de esos achuchones de los que no quieres salir en mil años.
-¿Cómo te sientes? -preguntó el mago, sin dejar de abrazar a la princesa.
-Me siento libre, ligera como una pluma, fuerte como un león -respondió ella. -Estoy tan a gusto que no me quiero mover de aquí -dijo la princesa.
El mago le dijo esto al oído: Siempre que te sientas enfadada o malhumorada comparte tus pensamientos y busca un abrazo. No esperes a que te lo den. Ofrécelo tú. Te sentirás bien y eso hará al otro feliz también.
La princesa se soltó y le dio las gracias. Se secó la lagrimilla que le había brotado de un ojo y bajó corriendo a ver a sus padres, a los que dio un abrazo achuchado bien fuerte.
-¡Estás curada! -dijo el rey-. Mago, ¿qué quieres a cambio? Has estado muchas horas con la princesa. Te habrá costado mucho hacer tus conjuros.
–Escuchadla. Tiene mucho que decir. Eso es lo único que pido a cambio -dijo el mago, mientras se marchaba hacia su casa.
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