“El regalo más grande que una persona puede darte, es la libertad de ser atrevidamente tú mismo, sin inhibiciones, sin límites, sin filtros, sin juicios” – Donatien Alphonse François
Te cuento que di muchas vueltas mentales, para escribir este artículo, por todas las creencias que tengo almacenadas, en esa indómita parte de mi mente que no controlo.
También, porque este título, significa para mí desde hace mucho tiempo, una invitación a ser capaz, de desafiarme a mí misma, respecto a lo que las personas con las que me he relacionado a lo largo de mi vida, piensen u opinen de mí.
Es una invitación a que con toda naturalidad, acepte completamente mi forma de interpretar y ver el mundo, convirtiendo estos pensamientos en palabras, para compartirlos contigo.
Te cuento, que en casa, desde muy temprano, me enseñaron y exigieron, que fuera una niña buena.
Ser una niña buena, consistía entre otras cosas en:
- No decir malas palabras (vulgaridades).
- Seguir instrucciones al pie de la letra (hacer caso).
- No opinar ni contradecir, las decisiones de los padres.
- No buscar problemas en el colegio.
- Estudiar y no perder un año escolar.
- No cuestionar las decisiones de los padres.
Cuándo fui creciendo, debía ser una joven juiciosa y decente, muy importante tener en cuenta, recomendaciones, que había que seguir al pie de la letra, como por ejemplo:
- No puedes estudiar una carrera nocturna.
- No puedes vestirte de manera que parezca vulgar.
- No importa lo que sientas, los demás son lo primero.
- Es obligatorio respetar a la familia, abuelos y tíos, eran algo sagrado, lo que dijeran era ley.
- Ese enamorado no te conviene.
- Esas no deben ser tus amigas.
Era tan poco importante lo que yo pensara o dijera, que fui guardando mis opiniones, para no meterme en problemas familiares.
Eso sí, mi yo rebelde, algunas veces, en realidad muchas veces, se rebelaba, cometiendo más de una vez una travesura, o contradiciendo más de una regla.
Admito que había muchas cosas que no entendía, por ejemplo porque debíamos tener miedo de lo que pasara, o esperar siempre lo peor.
Estas imposiciones de la crianza, convertidas en creencias, y muchas situaciones dolorosas a las que me vi enfrentada, me convirtieron en una persona insegura, cuyo objetivo impensado era agradar a los demás, siempre.
Sin importar a mí misma, lo que yo pensara, sintiera u opinara, lo que ha ocasionado que aún en la actualidad, me cueste mucho tomar decisiones.
Esto se reflejó posteriormente, en mis relaciones personales, y también en cada una de las actividades laborales que he desempeñado.
No era consciente de lo poco que me conocía, por eso no me valoraba.
No tenía idea cuales eran mis cualidades, fortalezas y valores. Por eso el auto conocimiento ha sido tan importante en mi vida.
Por eso, un método que he desarrollado, es darme a la tarea de decirme a mí misma palabras o frases, una especie de mantras, que me repito diariamente, para no dejar que toda la información almacenada, sin mi consentimiento, en mi mente, me siga manteniendo atada.
Te comparto algunas, tal vez puedan servirte:
- ¡Atrévete, salte del escaparate!.
- Acéptate tal cual eres.
- Ámate, se lo más importante en tu vida.
- Di lo que piensas, sin temores.
- Acepta los retos que se te presenten.
- No le des tanta mente a lo que pasa.
- No aceptes malos tratos.
- Reconoce lo que vales.
- Date cuenta de todo lo que eres capaz.
- Enfrenta el miedo de la incertidumbre.
- Tienes derecho a ganar dinero.
- Escribe para compartir los temas que quieras.
Admito que no es un proceso fácil, pero con la ayuda de Dios, día a día voy comprendiendo, que no hubo, no hay y no habrá nadie, como yo.
Por eso me permito hoy, decirme sin tapujos:
- ¡Atrévete salte del escaparate!
- Me gustan las lecturas eróticas.
- Me fascinan las mini faldas.
- Me gustan las fotos sensuales.
- Soy fiel admiradora de las mujeres.
- Admiro a los hombres respetuosos.
- Me fascinan las medias veladas.
- Me encantan los hombres atractivos.
- Elijo tomar lo que me apetezca.
- Soy la presidenta de mi club de fans.
- Decido lo que quiero comer.
- Me visto como quiero.
- Sigo aprendiendo a decir, ¡no!.
Esta invitación, te la hago a ti también.
Te sugiero saques diariamente, un poco de tu tiempo, tomas un lápiz y una hoja de papel, y escribe a ti, lo que consideras tus verdades, esas que no sabe nadie, esas que no te atreves a reconocer, porque te hicieron creer que estaba mal. ¡Es liberador!
Doy fe, de ello… por eso te invito, ¡atrévete, salte del escaparate!.
Te comparto este cuento, que me gusta mucho, es inspirador:
La historia del patito feo
En una lejana granja, la Señora Pata esperaba con ansia la llegada al mundo de sus siete patitos. Todas sus amigas también estaban muy contentas y deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más bonitos de la granja.
Finalmente, después de mucho esperar, llegó el día en el que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco para asomar su cabecita. Todos se congregaron alrededor el nido para verles por primera vez.
Los primeros seis patitos fueron saliendo de uno en uno, animados por la efusiva alegría de la Señora Pata y sus amigas. ¡Eran simplemente preciosos y habían nacido sanos! Las patas estaban tan contentas que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el más grande de los siete, aún no se había abierto.
Cuando se percataron que todavía faltaba un patito por salir, todas lo rodearon, hasta los patitos recién nacidos se acercaron para darle la bienvenida a su otro hermano. Sin embargo, el huevo permanecía inmóvil.
Al poco rato, el huevo comenzó a romperse y de él salió un sonriente pato, mucho más grande que sus hermanos, pero también muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis. Sus amigas patas comenzaron a decir:
– ¡Oh! Pero qué patito tan feo – dijo una.
– Sí, no se parece en nada a sus hermanos, es un patito feo – exclamó otra.
La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito tan feo y discretamente le apartó con el ala mientras le prestaba toda su atención a sus otros seis hijos.
Sin percatarse de lo sucedido, el patito siguió a su mamá y a sus hermanos, pero la pata una vez más lo aparto y así, una y otra vez. Finalmente, el patito feo comprendió que su familia no le quería, estaba devastado y se sentía muy triste pero tenía la esperanza que si su aspecto mejoraba su madre y sus hermanos lo aceptarían.
Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al contrario, cada día lucía más grande, flacucho y desgarbado, además el pobre también era bastante torpe, por lo que sus hermanos solían gastarle pesadas bromas y se reían constantemente de él llamándolo feo y torpe.
Un día, el patito decidió que debía buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desastroso aspecto y esa mañana muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero de la cerca.
En los meses que siguieron el patito anduvo sin rumbo por el bosque hasta que llegó el frío invierno. Para ese entonces, las plantas se habían secado, el agua se había congelado y el patito tenía mucho frío, además, siempre habían cazadores al acecho y tenía que andar con mucho cuidado. Después de escapar a duras penas de la muerte, finalmente llegó la primavera y el bosque volvió a tornarse verde. El patito feo pudo salir a pasear libremente otra vez por los senderos y pudo encontrar comida. Había recuperado la esperanza, pero su felicidad no era completa porque se sentía muy solo.
Un día, el patito pasó frente a un estanque en el que encontró a las aves más bellas que jamás había visto: eran unos preciosos cisnes. Las aves lucían elegantes, gráciles y se movían con tanta distinción que el patito se sintió totalmente avergonzado porque él solo era un pato feo y torpe. De todas maneras, como no tenía nada que perder se acercó a las aves y les preguntó si podía acompañarlas.
Los cisnes le respondieron a coro:
– ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!
El patito asombrado les respondió:
-¡No os burléis de mí! Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír por eso.
– Mira tú reflejo en el estanque y verás que no te mentimos – le dijeron las aves.
El patito totalmente incrédulo se volteó hacia el agua transparente y lo que vio reflejado le dejó maravillado. ¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso cisne! Aquel patito feo y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todo el estanque. Su felicidad ahora si era completa, se unió a los suyos y vivió feliz para siempre.
Cuento del escritor danés Hans Christian Andersen.