«¡Cómo me gustas!», me digo al mirarme al espejo por la mañana.
– Doris Martínez
Te cuento que desde hace un tiempo inicié un proceso de autoconocimiento que me exige, cada día, toda la disciplina del mundo.
Cada mañana, al levantarme, entro al baño a cepillarme los dientes. Me miro al espejo, me sonrío y me digo:
Atrévete. Enamórate de mí.
Déjame describirte la escena: me levanto despeinada, con el cabello alborotado —superando a Medusa—, a veces con ojeras, bolsas bajo los ojos, y una que otra vez con la sábana dibujada en la cara.
Si te lo estás imaginando, seguro te estás riendo… y está bien.
Puede parecerte un poco loco, pero no lo es.
Uno de los pasos indispensables en el proceso de autoconocimiento es aceptarse de verdad.
Así lo dicen los expertos, los que han investigado a fondo el tema.
Es necesario aceptarse, amarse, en pocas palabras: autoenamorarse.
No te voy a mentir, no es un proceso fácil.
Especialmente para alguien como yo, a quien desde muy temprano convencieron de que era fea, gordita y ñata.
Recuerdo que de niña, personas cercanas a mi casa decían que me parecía a mi papá… y que, de los dos, él era el “más feito”.
He leído en libros de psicología que esos comentarios que los adultos hacen frente a los niños —muchas veces sin mala intención— dejan huellas profundas.
Se quedan ahí, grabados en esa parte oscura de la mente que llaman el inconsciente.
Años después, esas palabras reaparecen disfrazadas de pensamientos, de miedos, de inseguridades…
Y empiezan a hablar dentro de ti, haciéndote actuar de formas que no entiendes.
En mi caso, por experiencia propia, lo he comprobado.
Aún hoy, de forma inconsciente, cada vez que me miro al espejo, busco parecidos con mi papá.
Y eso que quienes me conocen insisten en que me parezco mucho más a mi mamá.
Este proceso de autoconocimiento me está ayudando, poco a poco, a que incluso con mis dudas, complejos, inseguridades y temores, cuando me miro al espejo, pueda decirme sin miedo:
Atrévete. Enamórate de mí.
Los que entienden del tema dicen que amarse es elegirse cada día.
Y aunque se lee fácil, no lo es.
En mi caso he sido muy dura conmigo misma: impaciente, burlona, exigente, incluso cruel.
Recuerdo que, en esa etapa tortuosa de pasar de niña a mujer, los vecinos solían gritarme al pasar:
“¡Culito de pato!”.
Mis nalgas eran un tormento. Nunca encontraba ropa que me ayudara a disimularlas.
Por eso me obligaba a levantarme muy temprano para hacer ejercicio todos los días, buscando rutinas que las “redujeran”.
Y por eso, hoy, admiro a Karol G, la Bichota, que con su pum pum ha hecho tanto ruido en la música moderna y ha reivindicado lo que antes a mí me hacía sufrir.
Ahora, al verme al espejo, sonrío. Miro mis nalgas y me digo:
Atrévete. Enamórate de mí.
Así voy, paso a paso, aprendiendo a aceptar todo lo que antes no me gustaba de mí.
Sobre todo en mis días más oscuros, me esfuerzo por ser más amable conmigo misma.
Me repito, con honestidad, que soy la única persona que estará conmigo hasta el día en que muera.
Y por eso hoy te invito a ti, si estás en tu propio proceso de aceptación:
Atrévete. Enamórate de ti.
Mientras tanto, yo sigo, día tras día, repitiéndome:
Sé amable contigo.
Sé amorosa contigo.
Hazte tu prioridad.
Date amor, échate besitos, guíñate el ojo con picardía.
Acéptate tal como eres, sin cambiar para agradar a otros.
Y cada vez que paso frente al espejo, vuelvo a decirme:
Atrévete. Enamórate de mí.
Un cuento sobre autoestima
Quiero compartirte esta historia que me encantó, y que tiene todo que ver con este proceso:
Atreverse a ser uno mismo
Tang era un pequeño obrero en un reino del Lejano Oriente.
Trabajaba el cobre y fabricaba hermosos utensilios que vendía en el mercado.
Era feliz y tenía una gran autoestima. Solo le faltaba encontrar a la mujer de su vida.
Un día, un enviado del rey anunció que Su Majestad deseaba casar a su hija con el joven de mayor autoestima del reino.
El día señalado, Tang fue al palacio, junto a cientos de pretendientes.
El rey los miró a todos y pidió a su criado que entregara a cada uno cinco semillas de flores.
Les dijo que regresaran en primavera con una maceta llena de flores nacidas de esas semillas.
Tang plantó las suyas, las cuidó con esmero… pero no germinó nada.
A pesar de eso, en la fecha indicada, llevó su maceta sin flores al castillo.
Los demás jóvenes llevaban macetas espectaculares. Algunos se burlaban de Tang y su “fracaso”.
Uno a uno, los pretendientes desfilaron ante el rey.
Cuando llegó el turno de Tang, se presentó humilde y dijo:
—Majestad, lo siento. Ninguna semilla germinó.
El rey le sonrió:
—Tang, quédate junto a mí.
Luego, despidió a todos los demás y anunció que Tang sería el esposo de su hija.
Tiempo después, Tang preguntó:
—¿Por qué me escogisteis, si mi maceta estaba vacía?
Y el rey respondió:
—Porque ninguna semilla podía florecer.
Las hice hervir durante toda la noche.
Tú fuiste el único que tuvo suficiente autoestima y respeto por los demás para ser honesto.
¡Ese es el hombre que yo quería como yerno!
Fuente: https://crecimientocomoactitud.com/blog/atreverse-a-ser-uno-mismo-desde-un-cuento-autoestima