Lucas (17,20-25): En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»

Dios y yo, siempre hemos sido amigos, desde que me acuerdo, desde que tengo uso de razón siempre ha estado conmigo.

Nos conocimos por allá cuando tenía entre 5 o 6 años, y me enseñaba en esa época mi mamá todas las noches antes de acostarme, a persignarme, a rezar el Padre Nuestro, el Ángel de la Guarda y el Ave María.

Dios y yo, nos llevábamos bien desde temprano, porque estudie la primaria en un colegio de Religiosas, La Anunciación se llama, con ellas aprendí, la alegría que alimenta el alma, la vocación de servicio.

Cuando tenía cerca de 9 años, nos reencontramos, cuando me preparaban, según la Iglesia Católica para tomar mi Primera Comunión, y tuve que inventar una lista de mis pecados, para que el Sacerdote en su nombre me perdonara. 

Dios y yo, seguimos juntos cuando ingrese a la secundaria, porque llegue a un colegio que se llama “Nuestra Señora del Carmen”, era mi compañía en los estudios, en los exámenes, en el entusiasmo que sentía cuando en las mañanas, me levantaba.

Siempre me hacía compañía en las noches de desvelos, de sustos y de miedo, también estaba conmigo mientras estudiaba.

Dios y yo, fuimos uno solo, cuando me enamore de los libros y la lectura, fue con ese regalo de la lectura, que conocí un mundo nuevo.

A través de la biblia, conocí al Dios bravo y vengativo del Antiguo Testamento; seguí leyendo y en el Nuevo Testamento, me enamoré, del Dios, que después de haberlo dado todo, entrego a su hijo por amor a todos nosotros.

Dios y yo, estábamos más que unidos, cuando quise entrar a la universidad, y un amigo de la familia, en su nombre me regaló la inscripción, y logré estudiar una carrera profesional.

Era mi compañía cuando en la universidad deambulaba entre clase y clase, sin entender las leyes de la oferta y la demanda. Se reía conmigo, cuando yo intentaba aprender, como administrar una empresa, sin dinero.

Dios y yo, éramos uno, cuando mi mamá se desesperaba, tratando de buscar mecanismos, consiguiendo dinero, para que yo pudiera terminar mis estudios universitarios.

Muchas personas en su nombre se hicieron presente, porque Dios hizo que como ángeles, siempre aparecieran de forma milagrosa, para darme la mano, y terminar mis estudios.

Dios y yo, estábamos juntos, cuando en el parque de la Universidad, voltee a mirar, y vi la figura masculina que llegaba a mi vida, y cuando ese joven alto, delgado, de cara enigmática y seria, cruzó su mirada con la mía, pensé: Este es el mío.

Y nunca imaginé, la montaña rusa, de emociones, enojos, sinsabores, placeres, alegrías, risas y desencantos que viviría. Dios ha estado allí en cada milagro que a mi vida le ha dado esta relación, incluyendo el regalo de tener una hija, que para mí es un prodigio.

Dios y yo, estuvimos juntos en mi embarazo, ni que decir en el momento del nacimiento de mi hija, muchos ángeles me envío en ese sublime momento.

Hoy día, cuando veo mi hija, la observo, es tan bella por dentro y por fuera,  y pienso, Dios me la regaló, la miro y digo a cada momento, gracias por tan enorme bendición. 

Dios y yo, hemos estado juntos en cada empresa de la que he hecho parte,  en toda la experiencia que he acumulado, en las personas increíbles que he conocido, de las que tanto he aprendido.

El aprendizaje muchas veces ha sido doloroso, he sufrido, he llorado, he batallado, Dios ha sacado del fondo de mí, el valor, el coraje, cuando en muchas oportunidades, creía que no podía seguir adelante.

Dios y yo, hemos sido uno solo, cuando me siento agradecida por los padres que me dio, que yo no elegí. Muchos años después he comprendido que me los regalo, porque eran los que necesitaba, para convertirme en el ser humano que soy.

También me regaló Dios, un hermano y una hermana…que grandes regalos no pedidos, pero que maravilloso haberlos tenido, ser testigo de cómo se ha manifestado en sus vidas, y  a través de ellos, en la mía.

Dios y yo, nos hemos visto cara a cara, cuando miro a mis familiares, a las amistades, a los vecinos, también a los desconocidos, y como no, cuando he mirado a aquellos que por sus más íntimos motivos, no me han aceptado.

Admito que he sido, gracias a Dios, beneficiada con una mente que no acumula nada negativo, hasta algunas veces me he creído un poco anormal por eso. Dios ha estado conmigo en los momentos más difíciles, en los momentos de enfermedades; sabe, eso que llevo por dentro, que no le digo a nadie.

Dios y yo, hemos visto en muchos sitios flores de una belleza y colores inimaginables, hemos percibido juntos las más dulces fragancias y hemos saboreados los más exquisitos sabores.

También ha estado, mientras alelada contemplo los atardeceres, el mar y la luna.

Dios y yo, estamos unidos, mientras miro embelesada los niños pequeños, o admiro la naturaleza; cada día en mi vida, milagrosamente, aparece un motivo para sentirme extasiada, sorprendida, agradecida.

Lo he visto, en cada ser humano enfermo, desprotegido, o sufrido, también lo he encontrado en las clínicas y hospitales. Ha estado conmigo en los bailes, mientras rio o me divierto, con las travesuras que hago.

Dios y yo, nos hemos reconocido cuando gente que he amado, se ha ido de este plano, pero también me ha bendecido con el privilegio de ser hija, madre, hermana, prima, tía y madrina.

Estamos tan unidos y tenemos tan buena relación, que su certeza me hace sentir segura, me habita, me hace creer en los demás, es la fuerza que me impulsa a ayudar aún sin que me lo pidan, porque me utiliza como instrumento para demostrar que todos somos dignos de su amor.

Dios y yo, nos miramos cuando me miro al espejo, y observo su amor, en cada detalle que yo tengo, y pienso en todo lo que soy por dentro, que ni siquiera puedo ver, pero que hizo con tanta perfección, y el tiempo no me alcanza para decir GRACIAS DIOS.

Cuando respiro, al inhalar y exhalar, sé que Dios es el oxígeno que hace funcionar mis pulmones, los cuales se comunican con mi corazón, mi hígado, mis riñones, y todos los demás órganos que hacen posible, que mi cuerpo biológico, de manera perfecta funcione.

Por lo tanto, como un homenaje, estoy aprendiendo cada día, a controlar mi pensamiento, y que cada uno de ellos, sea una oración de agradecimiento, tal y como lo recomiendan en: 

1 Tesalonicenses 5:16-18

16 Estad siempre gozosos.

17 Orad sin cesar.

18 Dad gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.

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